Cuando realmente deseas que ocurra algo y no ocurre, es una sensación de vacío total. Todo comienza cuando te levantas, ya predispuesto, anhelando a que llegue. Y el tiempo pasa y ves que no se acerca, pero sigues teniendo fe. Piensas en millones de cosas por las que sabes que no va ocurrir, pero aun así, tu deseo, del que ya un día hable, te reanima a seguir y seguir. Hasta que llega la decepción, la crítica a tanta pasión, la nada, el vacío. Un deseo roto son unas alas que no puedes usar, siempre te queda la sensación de que está ahí, pero sólo es un decoro.
En tu interior, justo debajo de la garganta y extendiéndose como una línea hacía el vientre deja todo de existir; la mandíbula se te ensancha, la lengua se te vuelve torpe. La mente divaga lejos de lo que un día fuiste, y la cabeza se encoje, produciendo una sensación de agobio interior desquiciante.
La sed se te calma, pero aun así sabes que tienes sed, el hambre no existe. Un escalofrío te recorre la espalda, hasta llegar detrás de la oreja, pero no importa. Y cuando has decidido acabar con el día, pensando que mañana será otro en el que habrá que volver a desear, no lo aceptas y quieres seguir despierto, por si tu deseo se cumple. Te amargas, te resientes, y no hay alivio.
Por todo eso y por todo lo que no sé expresar en palabras, a estas horas de la madrugada, yo intento acabar con el deseo, intento enterrarlo bajo el alivio de las letras y compartir con vosotros, lo que yo llamo, un deseo sin cumplir.
Para los soñadores, que siempre busca una último pensamiento antes de desfallecer.
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