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No
hace falta irse muy lejos para echar de menos la patria, pero cuando
uno si lo está, se da cuenta de los pequeños detalles que nunca
menciona y que siempre está en boca de todos.
Sentirse
tan pequeño en un pestañeo, y a la vez, como engranaje decisivo en
una máquina que desconocemos su mecanismo, es algo que definiría
como propio de la misma experiencia de la vida humana. Esta dualidad,
de lo micro y lo macro, es un componente fundamental en nuestra
propia existencia, y estoy seguro que muchas de los atropellos de la
sociedad suceden, por no saber que somos un individuo con una
mentalidad privada, pero que se meuve y se expresa en una necesidad
de lo compartido. Es aquí donde entra la buena experiencia en la
lejania de tu enotrno habitual o patria, cuando comprendes que aunque
tengas unas directrices que rigen tu vida, no son nada. Sólo son una
respuesta, en muchas ocasiones mala, a lo que acontece.
Recordad, que los castillos de naipes los puede tirar algún lobo
soplón sin el aviso de ningún cerdito del mundo de la construcción.
Pero no aconsejo guardar ningún as en la manga, porque siempre nos
pilla la de los pies ligeros.
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