martes, 8 de noviembre de 2011

Inmortalidad finita


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Escribir es una lucha contra el silencio, una lucha en la que te reconoces a ti mismo e intentas buscar en cualquier rincón de tus dedos la siguiente tecla que tienes que pulsar. Escribir es algo muy parecido a lo que Dios hizo al crear el mundo, de un folio en blanco nace un río de manchas ilegibles para mucha gente. Escribir es un diálogo con tintes neuróticos entre todas tus manías y fantasías. Escribir podría ser mi vida, pero mi vida nunca se podría escribir.

Día a día uno comprende que esto es lo más parecido a objetivar tu propio pensamiento. No sé hasta que punto las estupideces que defendía a los 15 años son tales, y esa búsqueda inconsciente de lo inmortal sea una constante entre todos mis hermanos. Palabra a palabra, pienso que todo ser humano tiene la necesidad de hacerse eterno, porque no soporta en cierta medida el fluir del tiempo. El tiempo escapa, escapa más veloz de lo que yo quisiera, y esa sensación de que se acaba, de que a todo esto le llegará su final, es una idea que me fascina y que me trastoca al mismo tiempo. Si nos paramos a analizar detenidamente nuestro pensamiento y como utilizamos el lenguaje día a día, uno llega a la conclusión que somos inmortales, o que por lo menos nunca nos llegará la hora de morir en un futuro cercano. Quizás la cultura tenga una función de inmortalizar la humanidad, de hacer lo finito perpetuo, de buscar el camino de los Dioses.

Y de cierta forma, esto que estoy haciendo es una forma de inmortalizarme a mi mismo, una forma de luchar contra lo inevitable, de que el olvido no llegue antes de tiempo, y en definitiva, una forma de dar sentido a mi vida y sobretodo dar sentido a la no-vida, a la no existencia de uno mismo en el espacio y el tiempo, dar sentido a las más desconocida e inevitable palabra de todas, la Muerte.

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