martes, 31 de enero de 2012

VIOLENCIA, SINSENTIDO Y HUMANIDAD


VIOLENCIA, SINSENTIDO Y  HUMANIDAD
Por Bartolomé Antonio Cazorla Arévalo



La violencia en la humanidad

Hablar de la violencia humana es hablar de algo que está estrechamente relacionado con la misma constitución de la especie. Por tanto, es un tema complejo que necesita de un análisis profundo. Pecaría de ingenuo si me limitara a caracterizar la violencia como algo totalmente externo, lleno de dolor físico y brutalidad. Un ejemplo de esta primera imagen seria una lapidación o cualquier tipo de tortura física. Hace falta dar un paso más allá: la violencia se puede ejercer en diferente grado, desde la más explicita hasta la más sutil pasando por una gran cantidad de modos intermedios. También hay que señalar que la violencia no es sólo carnal o física, sino también psíquica, mucho más invisible y oscura que la física pero igualmente destructiva. La violencia se puede ejercer o ser ejercida por y contra un individuo, o un colectivo. Las instituciones no están exentas de promover y recibir violencia de agentes tanto internos como externos a ellas. Por último, en esta pequeña síntesis del ser humano tiene una capacidad de la que, muy posiblemente, otras especies del reino animal carecen: ejercer violencia sobre sí mismo. Me atrevería a decir que nuestra capacidad simbólica juega un papel fundamental a la hora de autolacerarnos, así como los proyectos de sentido -que serían, en cierta media, una forma de autocensura-. Ya Freud observó esto en sus escritos: los niveles subconscientes de nuestro cerebro sirven para controlar nuestra frustración, marcando prohibiciones y pautas que en cierto sentido pueden ser violentas.

Hablar de la violencia es también hablar del dolor. Wittgenstein defendió que es imposible hablar del dolor propio, cosa que actualmente se no se puede defender por completo. En el campo del dolor físico, la neurociencia ha dado un vuelco espectacular. Ahora sabemos los mecanismos por los que funciona el sistema nervioso y cómo el cerebro interpreta que algo es doloroso o, en otras palabras, potencialmente perjudicial para la vida humana. ¡Deja de hacer eso!, ordenaría el cerebro al cuerpo. Además, podemos medirlos y hacer comparaciones dentro de unos parámetros previamente establecidos. De este dolor sí podemos hablar, en la medida en que podemos comparar dolores. En cambio, hablar de dolor psicológico es más complejo, posiblemente por su carácter personal e intransferible. Pero Wittgenstein no tuvo en cuenta esa cualidad humana, especialmente significativa cuando hablamos del dolor y de la violencia, que es la empatía. La empatía es la capacidad de ponernos en el lugar del otro. Si tenemos una gran capacidad empática podremos sentir el dolor del otro y, en cierto modo, también podremos hablar de ella. Más allá de las aclaraciones sobre la posibilidad de hablar sobre el dolor, es preciso que señale la importancia que tiene el dolor en este ensayo en la medida en que lo importante a la hora de impugnar la violencia es la cantidad de dolor que provoca, no sólo por lo mucho que duela o deje de doler, sino por la capacidad que tiene de hacer replantear los fundamentos de la vida humana.
¿Es el ser humano especialmente violento? 

Hay cierta tendencia en la sociedad actual a decir que la sociedad en la que viven es mucho más violenta que en el pasado, cosa que es absolutamente falsa. Toda la gente que piensa de esta forma alude al mismo argumento: mira la televisión, todo el día con guerras, atentados terroristas y muertes. Sí, eso es cierto, pero hay que ver la situación con más perspectiva. Somos en el planeta 7.000 millones de personas. Si sólo fueran un 1% de esa población violenta y con pretensión de hacer el mal, serían 70 millones de personas provocando violencia por todo el mundo. Con 70 millones de personas dando problemas habría miles y miles de noticas violentas para llenar los informativos. Pero una cosa es cierta: vivimos en el planeta todos más o menos en paz. Tenemos nuestros problemas los unos con los otros, pero no tiene nada que ver con la violencia que había en el pasado. En el siglo XV, si querías ir desde Córdoba hasta Madrid, te estabas jugando la vida ya que necesitabas de una gran escolta para que no te asaltaran y te mataran por el camino. Igual sucedía con andar de noche dentro de una urbe, que era jugarse la vida.

Durante toda la evolución humana, la vida en sociedad ha favorecido que prevalezcan los individuos mejor adaptados para vivir en comunidad, cosa que no podemos olvidar. Por estos motivos, no tiene sentido defender que el ser humano es esencialmente violento. Pero sería algo absurdo decir que hay numerosos factores entre ellos factores políticos, sociales, de condiciones mínimas de supervivencia... que juegan a favor y en contra a la hora de caracterizar esencialmente al ser humano como violento.
Caminos con sentido

El ser humano es una animal particular con una cierta tendencia a preguntarse a sí mismo sobre su vida, sobre su existencia y sobre el mismo significado de que esto tiene. El ser humano necesita sentidos, pautas donde anclar su vida que sirvan de puntos de referencia para seguir hacia delante. La problemática de la creación de un proyecto de sentido se puede plantear de dos formas, que para mí son las dos caras de una misma moneda. El ser humano tiene un principio y un fin llamados nacimiento y muerte. El proyecto de sentido serían las señales que nos ayudan a ir en una dirección o en otra, desde el nacimiento hasta la muerte. El camino es lo que nos diferencia entre nosotros, no el inicio ni la meta. Qué señales seguir (si queremos seguir alguna) es lo que nos diferencia. Una primera perspectiva sería verlo desde el nacimiento, desde la ciudad de origen. Siguiendo a P. Ricoeur, ese momento está lleno de potencialidad, de creatividad ante la vida. Como punto de salida uno puede elegir cualquier senda, no existen límites. En cambio, Heidegger habla de la llegada, de la impotencia que caracteriza a los seres humanos como seres arrojados al mundo. Por muy diferentes que sean sus caminos, siempre llegamos al mismo lugar. Las señales carecen de importancia, ya que quieras o no seguirlas siempre acabarás en la muerte. Frente a la actitud positiva y llana de libertad y creatividad de Ricoeur, se encuentra el nihilismo de Heidegger, así como el pesimismo ante la fuerza del destino. Todo este planteamiento se puede resumir con una pregunta, que aparecería justamente antes de entrar por el umbral de la ciudad de destino y es: ¿ha merecido la pena el camino?
Si la respuesta es positiva, diremos que esa vida ha tenido sentido. Si la respuesta es negativa, diremos lo contrario. El ser humano tiene la tendencia de querer dar una respuesta positiva, de elegir un buen camino en su recorrido. Las personas no hacen sus caminos solos, por las montañas y senderos constantemente se va encontrando con gente que puede ir en su mismo recorrido o no. Esos grupos que siguen un mismo camino conforman una comunidad que se ayuda entre sí para hacer el camino más llevadero y confortable. Generalmente esos grupos de caminantes tienen un guía, una figura carismática que los guíe entre los caminos. Además, con el tiempo surgen reglas que articulan una forma más adecuada y mecánica de seguir el camino. Las religiones en última instancia son esto, grupos de señales y formas de cómo interpretarlas que dan sentido a nuestro camino, a nuestra vida. Conforman una manera de caminar y entender por qué y para qué caminar. Las religiones “ofrecen respuestas acerca del origen, significado y final de la vida” (Estrada: 2010, P. 38).
Las religiones dan un sentido a nuestras vidas y tradicionalmente han sido la mejor respuesta hacia esa necesidad de direcciones en nuestro camino. La crítica ilustrada y los maestros de la sospecha han hecho una destrucción progresiva de la religión como la brújula en la vida. En primer lugar, se analizó la religiosidad bajo una forma racional, quitando todo su componente emocional. De esta forma, “si reducimos la religión a mera racionalidad, se transforma en mera ética y creencia ideológica, perdiendo así las motivaciones, inspiraciones y dimensiones afectivas y existenciales que la diferencia de la mera ética” (Estrada: 2003, P. 75). Además, se criticaron las concepciones formales de Dios, erosionando sus cualidades o la ausencia de ellas, junto a la crítica de Voltaire a todas las instituciones. Luego se atacó directamente a la religión desde diferentes perspectivas: “moral (Nietzsche), económica y política (Marx), cultural y antropológica (Freud)” (Estrada: 2003, P. 102). Desde este momento hay un desgaste continuado de la religión, dejando paso a la racionalidad de la ciencia. Hoy nos encontramos en un contexto de pérdida de valores, con un horizonte que se muestra difícil de superar: el nihilismo.
La relación entre religión, ciencia y filosofía es esencial para entender la problemática que intento mostrar en este ensayo, en el que tiene cabida la parábola del camino. Platón afirmaba que la filosofía en última instancia era una reflexión sobre la muerte, es decir, el pensamiento sobre lo que hay más allá de nuestro último paso. En esta reflexión todo apunta hacia el final, y desde esa postura se hace necesario una valoración de los caminos que tomamos o dejamos de tomar, así como de lo que ocurre a nuestro alrededor y lo que nos rodean. Por otro lado, la ciencia sería un intento de entender cómo funciona el terreno que pisamos -así como los objetos y los viajeros que nos acompañan-. Formula leyes generales que nos ayudan a prever lo que hay más allá de nuestro camino y se dedica a la creación de gadgets, tecnologías, que cumplen diferentes funciones tanto para bien como para mal: son capaces de ayudarnos y facilitarnos el camino pero también de destruirnos. Es importante hacer una diferenciación de la ciencia y la tecnología y tener claro que están relacionadas pero no son lo mismo: la ciencia nos da conocimiento, explicaciones, capacidad de predicción, mientras que la tecnología, dentro de su ambigüedad, no deja de ser una herramienta para utilizarse con algún fin indeterminado. “Las religiones abarcan más que la ciencia y la filosofía, ya que no se quedan en la racionalidad cognitiva, a la que desbordan, sin negarla. Las ciencias nos dicen cómo es el mundo y la filosofía es una instancia crítica, reflexiva y racional que evalúa las respuestas culturales a las preguntas acerca del significado de la vida, el origen y el fin del hombre y la fundamentación última de los saberes. A su vez, la religión crea hermenéuticas de sentido y motiva para ellas, traspasando los límites de lo empírico y de lo cognoscible racionalmente, en búsqueda de lo absoluto y transcendente” (Estrada: 2010, P. 45).
Si se ha desgastado la religión en pro de la secularización y el laicismo de las sociedades occidentales, ¿qué o quién marca el sentido del camino? Los nacionalismos del siglo XVIII ocuparon el lugar de la religión tanto que ésta copió todo lo que le resultó útil para su beneficio. La gente ya no moría por Dios, sino por la patria. Nietzsche vio muy bien la problemática del sentido de la vida: más vale un mal sentido que la ausencia de él. Las religiones cedieron su lugar a los nacionalismos, pero el reinado de éstas se diluyó pronto. El relativismo cultural, el cientificismo y el American way of life son las bases de nuestra sociedad globalizada e interdependiente.
Es un mundo donde hay miles de señales en un mismo poste, pero en el que las leyes del mercado tienden a hacer que poco a poco halla una sola señal bien grande y lujosa. Los caminos ya no son tan estrechos como antes. Ahora son autovías de seis carriles que te llevan a las puertas de los nuevos templos, los centros comerciales. Nunca el camino se hizo tan sofisticado, rápido y duradero. Pero aun así, ¿es la gente de ahora más feliz de lo que lo eran las generaciones pasadas? No lo sé, pero la pregunta queda planteada. No me resisto a acabar este apartado sin añadir una obra maestra de la poesía española que enlaza perfectamente con el símil del camino y con todo lo contado aquí:

Caminante, son tus huellas,
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver ha pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

Antonio Machado


Lo sagrado como fundamento de los proyectos de sentido


Es necesario introducir la distinción que hace M. Eliade entre lo sagrado y lo profano, y la relación de ésta con los proyectos de sentido y, en último término, con la violencia. Para Eliade hay que distinguir dos ámbitos en la vida humana: lo sagrado y lo profano. Lo sagrado serían los principios intocables, las bases sólidas o las referencias últimas en las que se basan la vida humana. Es aquello que da sentido a nuestra vida, que nos guía por el camino y nos hace entender y aceptar mejor la realidad que nos ha tocado vivir. En cambio lo profano es lo contingente, lo escatológico, lo cotidiano, lo terrenal de la vida. Durante los últimos siglos, los teóricos, principalmente siguiendo a Comte, han augurado una extinción de lo sagrado. Sí es cierto que se ha perdido lo sagrado en gran parte, siempre que relacionemos directamente lo sagrado con la religión, pero realmente no ha desaparecido. Hay una pregunta en el aire, ¿es posible vivir sin lo sagrado? No lo sé, aunque me inclinaría a decir que no, ya que como mostraré en este ensayo lo sagrado no ha desaparecido, sino que se ha transformado.
Lo sagrado, siguiendo con este análisis, sería aquello a lo cual una persona no estaría dispuesta a renunciar bajo ningún concepto, es decir, no sería capaz de afrontar la vida sin ello. La forma más directa de averiguar esto sería simple. Es preciso dar por supuesto que la persona cuestionada será sincera. Esta aclaración parece innecesaria, pero la gente en su día a día no se plantea constantemente con qué valores, cosas o personas estarían dispuestas a vivir o dejar vivir. Además, no somos muy conscientes de la capacidad de sufrimiento que podemos aguantar, ni los grandes sacrificios que uno está dispuesto a hacer; las situaciones límites son más características de la ficción que de nuestra vida diaria en una sociedad desarrollada. Entonces, la dificultad de realizar este método radica no en que alguien no sea sincero, sino en que no conozca sus propios límites. Con esta aclaración se pueden tomar diferentes estrategias. Una buena sería tomar una lista de valores en la que el individuo colocara jerárquicamente lo que más le importara en la vida, así como a lo que no está dispuesto a ceder. Una crítica a este sistema es que con él se tendrían bastantes dificultades para trabajar con el inconsciente, pero realmente cualquier intento de trabajar con ello lo es por sí mismo. Respecto a esta propuesta tengo que hacer dos puntualizaciones que me servirán de pilar fundamental en todo el ensayo.
El primer punto es valorar la importancia del lenguaje en un análisis como éste. El simple hecho de decir que algo es importante o no para la vida o decir que esto es esencial o que sin esto no podría vivir marca una diferencia, independientemente de si realmente lo es o no. Por el hecho de decirlo y por el hecho de pensarlo dice mucho de nosotros. Muchas veces no somos conscientes de la importancia o transcendencia que tienen nuestras palabras. Vivir en un mundo interpretando cualquier categorización tiene total relevancia cuando intentamos analizar un fundamento último del ser humano como lo es en el que se apoya para seguir viviendo. Mucha gente me criticará porque somos animales y respondemos a una serie de principios biológicos a los que no podemos escapar y porque el lenguaje, en último termino, es una construcción de éstos. Lo que se les escapa a quienes pueden argumentar esto es que, aunque seamos seres biológicos, somos algo más, somos seres culturales.
    La cultura es nuestra segunda naturaleza y también respondemos a ella. Ésta se puede articular en unos principios biológicos inicialmente, pero puede desbordar los mismos instintos naturales para superarlos. La imagen que lo ejemplifica a la perfección es la pregunta: ¿alguna vez un perro ha muerto de hambre por un ideal pudiendo despreciarlo y comer hasta saciarse? La respuesta es negativa y por tanto tenemos que valorar la cultura como algo determinante a la hora de entender al ser humano. La cultura ha creado sus propios mecanismos que facilitan no sólo la supervivencia humana, sino también la capacidad de vivir la vida y no sólo de sobrevivirla. Hay una diferencia entre vivir y sobrevivir: para mí no hay duda de que el ser humano quiere lo primero y no lo segundo. No es que sea una bravuconería dicha afirmación, pero no hay nadie en el mundo que no prefiera vivir a sobrevivir. Vivir es ir un paso más allá de sobrevivir. Significa asegurarse unos medios y una seguridad, tener una mínima certeza de que todo saldrá bien y, por qué no, también una esperanza de que será así. En este marco se encuadran los proyectos de sentido, nuestras metas y nuestros miedos. Somos seres culturales y nuestro lenguaje es la estructura última de cómo funciona. Analizar el lenguaje y las relaciones que establecemos nos ayuda a conocer nuestra segunda piel. Si la cultura está constituida por lo profano y lo sagrado -es decir, por componentes cotidianos e intocables para comprender esa cultura como tal y no como otra- un análisis de nuestros usos habituales del lenguaje nos puede ayudar en nuestra tarea de separar el grano de la paja y ver en qué medida lo sagrado es tan sagrado y lo profano tan profano.
    Sin olvidar la importancia del lenguaje, podemos introducir nuestra segunda distinción. En la mayoría de los dibujos animados dirigidos a los niños, los malos son muy malos y actúan de tal manera; en cambio los buenos son muy buenos y nunca serían capaces de hacer algo malo. Esto carece totalmente de correspondencia con el mundo real, aunque sí hay que reconocer que tenemos cierta tendencia a moralizarlo todo y encasillarlo en cubiles herméticos separados y muy lejanos. Olvidamos que no todo es blanco y negro, sino que entre el blanco y el negro hay una cantidad enorme de tonalidades de grises. Esta misma idea la voy a extrapolar en mi análisis hacia lo sagrado y la violencia para aplicarlo en última instancia a la situación actual.
    La religión en toda nuestra historia como especie, excepto en las últimas décadas, ha sido la pieza fundamental en nuestros proyectos de sentido, que utilizan lo sagrado como piedras maestras donde apoyarse. Aunque M. Eliade caracterice lo sagrado en términos absolutos, no sería descabellado pensar que aun aceptando esa idea podamos decir que en parte de ese color blanco puro hay colores que no son blancos, pero que casi lo son, y mezclando un poco más en nuestra paleta vemos como el blanco se va diluyendo poco a poco, pero que está ahí presente en cierta medida. Así, aunque la crítica ilustrada y los maestros de la sospecha hayan destruido -por motivos racionalmente justificados- todos los botes de pintura de color blanco en las tiendas de arte, aún podemos pintar nuestro lienzo con colores pasteles y grisáceos. No es lo mismo, pero aun así podemos pintar una obra maestra del impresionismo sin color blanco, pues hay que reconocer que al menos el blanco ayuda y facilita mucho las cosas. Lo que saben apreciar estos críticos es que, aunque las obras de arte puedan ser criticadas bajo principios racionales, los cuadros pueden aportar una experiencia artística que no entiende de razones, sino de sentimientos y, como decía Gracián, “siempre faltan palabras donde sobran sentimientos”.
    Si lo sagrado es el eje fundamental de los proyectos de sentido y podemos establecer una gradación en la primera, entonces, si pensamos en nuestro proyecto de vida como una botella que hay que llenarla de sentido, podemos caracterizar a esos fundamentos pseudosagrados como diferentes cantidades de líquidos que llenan la botella. Pero ahora habrá que pensar si se deja la botella medio vacía o medio llena, además de qué líquidos son más densos y se hunden o más livianos y flotan. Continuando con toda la argumentación que hemos llevado hasta ahora, si decimos que hay cosas pseodosagradas en nuestra vida, ¿por qué no habrá también pseudoreligiones que marquen también los caminos que hay que seguir?
    De este tema hablaremos en el próximo apartado, pero antes de ello hay que retomar el tema de la violencia e introducirlo en toda esta reflexión. Para ello voy a hacer una nueva distinción de violencia que se suma a las dos anteriormente descritas, que voy a denominar violencia estructural. Esta violencia se ejerce contra los componentes sagrados de los proyectos de sentido de los seres humanos. Es una violencia que surge como represalia a un ataque contra nuestros principios sagrados que conforman nuestros proyectos de vida. Estos ataques son un intento de derruir el edificio de naipes que poco a poco vamos levantando en nuestro camino. Como ya hemos mostrado, al haber diferentes grados de sagrado, las respuestas a estos ataques serán de mayor o menor crudeza dependiendo de lo intocable o lo incuestionable que sea el objeto atacado. No podemos esperar respuestas racionales cuando se ataca a componentes irracionales en sumo grado de la vida de una persona. Por ello, este tipo de violencia se caracteriza por su irracionalidad a los ojos del ofensor, pero sin olvidar que la persona que toma las represalias después de sufrir un atentado siempre justificará su violencia sobre el principio que se ha mancillado. Este es el motivo por el que durante toda la historia se ha justificado la violencia en nombre de Dios, de la patria, de la revolución, de un bien mayor o de los inocentes.
Pseudoreligiones, una respuesta a la falta de sentido

    Hasta ahora hemos hablado de la necesidad que tenemos de un proyecto de sentido que se fundamente en lo sagrado, así como de ver que después de la devaluación de la religión -que era la principal fuente de sentido durante la historia- ha habido un vacío que se ha llenado con otras cosas. Estas cosas son las pseudoreligiones, las que difícilmente pueden dar soluciones tan completas como las religiones, pero aun así son las únicas señales de las que disponemos a mano en las sociedades occidentales y muy principalmente en Europa. Las religiones en última instancia se relacionan con lo sagrado, por lo que nuestras pseudoreligiones se fundamentan en lo pseudosagrado. Sería absurdo negar que hace bien poco no hubiera pseudoreligiones porque esto no es verdad, simplemente ahora se hacen más visibles y tienen un mayor peso frente a las religiones tradicionales.
   
Volviendo a M. Eliade, lo sagrado y lo profano configuraban el espacio y el tiempo de la vida de las personas. Además, se establecían personas privilegiadas que estaban cercanas a lo sagrado, así como las reglas o comportamientos que favorecían o reprimían un acercamiento o una veneración a lo sagrado. Pues bien, estas características son las que han tenido siempre las religiones y las que también poseen las pseudoreligiones. Pero primero hagamos un recorrido desenmascarando lo sagrado de nuestra sociedad y los credos que siguen los fieles de sus pseudoreligiones. En primera instancia, está lo más sagrado en la sociedad occidental: el dinero. Tanto es así que el dólar americano tiene la leyenda In God we trust. El dinero es lo más absoluto que tenemos. No hay nada por encima de él, y todo el mundo lo ansía y quiere tenerlo. Luego podemos encontrar el amor al cuerpo, que se ha convertido en toda una pseudoreligión muy bien reglamentada ya no sólo de lo que tienes que hacer o dejar de hacer para ser guapo, sino incluso de cómo tienes que ser. Por último otra cosa peudosagrada en la actualidad sería la ciencia, que delimita lo posible de lo imposible, lo racional de lo irracional, lo verdadero de lo falso, lo importante de lo banal. Desde estos tres pilares nos encontramos con un modelo contradictorio, que en muchos aspectos está obsoleto y que se intenta imponer como modelo perfecto de vida para todo el planeta. Hay una colonización imparable que apuesta por una racionalidad ciega, olvidando cualquier discurso que no se pueda traducir en rentabilidad económica. Lo que realmente nos interesa aquí son las relaciones que se establecen en estas pseudoreligiones que abundan en nuestra sociedad, y para ello me voy a referir a una pseudoreligión que está en auge y que se figura como un caso paradigmático de ésta -ya que realmente aporta un sentido sincero y más o menos firme a la vida de millones de personas-. Me estoy refiriendo al deporte, y más concretamente al deporte de masas.
La pseudoreligión del deportes

    Analicemos la siguiente frase que escuchamos constantemente en la prensa deportiva: “el fútbol levanta pasiones”. Claramente se refiere a la capacidad que tiene el deporte de llenar de emociones nuestras vidas. Hemos dicho que lo sagrado configura el espacio y el tiempo. Los estadios de futbol son templos, y los vestuarios de los estadios lugares prohibidos, exclusivos para la gente que conoce lo pseudosagrado, que en este caso es el buen fútbol. Los estadios se configuran, dando mayor o menor importancia a los mejores o peores lugares para ver el partido.
    Respecto a cómo el tiempo es configurado por el fútbol, sólo hay que ver como los partidos de fútbol tienen lugar durante el fin de semana. O sea, en días no laborales que en último término corresponden a los diferentes días santos de la tradición cristiana. Al encender la televisión y poner el telediario vemos la cantidad de tiempo que se dedica a la información deportiva, lo que es así por que la gente quiere conocer la información que le importa, sobre su equipo de fútbol. El fútbol aporta felicidad si tu equipo gana, y tristeza si pierde, la gente vive por el fútbol y configura su vida de forma que pueda ver el partido de fútbol de turno. Sólo hace falta ver el poder que ha tenido el deporte en general con un ejemplo: cuando España ganó el mundial de fútbol. Se batieron todos los récords de audiencia de la historia de la televisión española. Todo el mundo estaba frente al televisor y cuando acabó el partido y España se proclamó campeona del mundo, hubo la mayor movilización de personas en la historia de la democracia española, cosa que no habían conseguido ni los atentados del 11M ni la actual visita del Papa. Lo importante del deporte para los proyectos de sentido de la gente actualmente es innegable y voy a finalizar este análisis con una frase muy ilustrativa que apareció en los medios de comunicación: “a mi me pueden quitar de los dulces, la cerveza y el tabaco porque me lo diga el médico, de salir a cenar con mi señora porque no tenga dinero en el banco, pero que no me quiten el partidito del Real Madrid los domingos”.
    Obviamente no sólo de fútbol vive el hombre, el deporte se ha convertido una gran fuente de sentido para muchísima gente. Pero ésta no es comparable con la religión, porque no necesita de más cosas para dar un sentido amplio y completo a la vida. Aun así, no podemos despreciar o no tener en cuenta la importancia radical que tiene el deporte en la actualidad.
Mecanismos miméticos y chivo expiatorio

    En el último apartado anterior a las conclusiones finales, vamos a sintetizar el problema de la violencia con el de las pseudoreligiones teniendo como referencia la teoría mimética de René Girard, que tiene como punto de partida el deseo mimético. Éste “es un comportamiento consciente de imitación de otro individuo, mediante el cual se copia el deseo de ese sujeto con el fin de obtener el objeto deseado por él” (Ruiz, 2005: 34). Esto quiere decir que imitamos deseos de los modelos que tomamos. Si Maradona desea tener un coche lujoso, para mí -que admiro a Maradona- la única forma de acercarme a él es imitando lo que él desea, teniendo lo que él mismo quiere tener. Las personas copiamos constantemente comportamientos de la gente que nos rodea. Es nuestra forma más básica de aprendizaje y constituye un primer paso para formarnos como un grupo social.
    Los problemas son numerosos, empezando por el caso de qué ocurriría si el objeto deseado es escaso en número. La rivalidad y la competencia por conseguirlo serían mayores. Este deseo mimético es ambiguo, porque acrecienta una rivalidad mimética que puede tener consecuencias nefastas. Por un lado, el imitador desea el objeto porque desea ser como el otro, y para ser como el otro tiene que desear como el modelo. Por otro lado, el modelo, consciente de que hay alguien que quiere lo mismo que él, luchará por conseguirlo más aún, porque lo importante en la sociedad actual es la exclusividad, la diferenciación de los demás por lo que se es. En realidad, como bien señala Eric Fromm, es lo que se tiene. El modelo lucha, por su diferenciación, porque quiere diferenciarse del otro. Por tanto, el problema de ser diferente ya no es tanto poseer el objeto deseado como el imitado, que desea lo mismo que yo para ser como yo. Por tanto, esta lucha entre rivales genera violencia, de uno sobre otro.
    Con este primer análisis podemos ver la importancia de los modelos en nuestra sociedad. Para todo hay un modelo a seguir, un modelo a superar, un modelo al que imitar, un modelo que nos guíe por el camino. Los fenómenos de fan nunca han tenido tanta repercusión y fuerza como en las últimas décadas. Son semidioses andando entre mortales. Deportistas, músicos, actores, políticos, modelos, personajes de ficción, y una inmensa lista de personalidades que son capaces de sembrar expectación allá a donde van. Los Mass Media han ayudado de forma decisiva para este fenómeno. Pero, ¿qué ocurre si los modelos a seguir son de dudosa integridad moral? Sólo hay que ver como la corrupción se acepta como algo habitual en las sociedades occidentales. El dinero a toda costa, no hay reglas de como conseguirlo. Este principio es peligroso, y se están pagando ahora sus consecuencias en la crisis que está asolando el mundo en estos momentos. Si los modelos fallan es difícil que la sociedad avance en buena dirección.
    Volvamos con la rivalidad mimética, que hemos aplicado a una lucha entre dos individuos. ¿Qué ocurre si la mímesis no es de un sólo individuo sino de un grupo de personas que comparten un mismo deseo? Si esto se da, entonces todo es más complejo: la violencia crece exponencialmente y se crea un bucle de violencia que arrastra a todo el grupo. Aquí se plantea un problema. Está en juego la supervivencia del grupo y se necesita una vía de escape para el problema. René Girard introduce la figura del chivo expiatorio, que consiste en que una vez que esta violencia ha irrumpido en un grupo, la única forma de solucionarlo es buscar un culpable -que en este caso es la victima propiciatoria- que aun siendo inocente de lo que se le acusa, el grupo está convencido de que es el culpable y descarga toda su violencia devastadora sobre él. Aquí se ha producido una crisis social producida por una indiferenciación del grupo. Ya nadie destaca, ya nadie sirve como modelo, porque todos desean lo mismo y en vez de centrar su visión en el objeto deseado, nublan su vista en la rivalidad mimética. Una vez en esta situación, la más mínima diferencia en el grupo te identifica como la víctima propiciatoria. De aquí se pueden sacar dos enseñanzas. La primera es que se produce una violencia injustificada sobre grupos minoritarios, que se convierten en víctimas propiciatorias pro el simple hecho de ser diferentes. Homosexuales, grupos minoritarios religiosos, extranjeros, ateos, mujeres, niños, enfermos, grupos étnicos como los gitanos… todos ellos son señalados diariamente en los medios de comunicación a un nivel tan subconsciente que a veces es muy difícil percibirlo. La segunda idea a destacar es la necesidad que tenemos de buscar culpables a todo, sea lo que sea. Todo tiene que tener un culpable. Si no existe se inventa, si no hay ningún culpable se señala a alguien, si todos somos culpables ya habrá alguien a quien podamos sacrificar por el bien del grupo.
    Girard defiende que una vez que se ha sacrificado la víctima propiciatoria la calma vuelve al grupo, por el simple hecho de que cuando lo sacrificaron todos estaban convencidos de su culpabilidad. Una vez desaparecido, la violencia cesa y se identifica a la víctima con el poder de hacer desaparecer el mal. A la víctima se le otorga la capacidad de interferir de forma significativa en la vida del grupo, así que en sociedades donde predominaba lo religioso-ancestral se diviniza a la víctima, creando rituales que recuerdan al sacrificio que ayudó a la comunidad al salvarse del mal. Así se conforma una tradición mítica que da sentido a lo que hacen. René Girard afirma que aquí se encuentra el origen de la humanización del animal y de la religión. Por tanto, establece una relación constitutiva entre humanidad y religión. La religión aporta el sentido que necesita la humanidad, que pasa de sobrevivir como animal a vivir como humano.
    La grandeza de esta explicación es la simpleza de su planteamiento inicial y cómo a partir de él se puede construir una antropología completa el ser humano. Los mecanismos de chivo expiatorio, que son injustos ya que la victima es inocente pueden salvarse con dos componentes. El primero es el pensamiento crítico, una reflexión sincera de los verdaderos motivos de nuestras disputas y la atribución real de culpables. Por otro lado la empatía juega un papel fundamental en todo esto. La violencia por la violencia no tiene ningún sentido y la mejor medicina contra una actitud violenta e intolerante es la capacidad de ponerse en el lugar del otro. “De todos es sabido que el fomento de la empatía actúa como inhibidor de la violencia, pero quizá sea no sólo por una cuestión social sino también biológica: la estimulación de los circuitos neuronales comentados en un sentido hace que disminuya su actuación en el otro” (Moya-Albiol, 2010: 2). Por tanto y en la línea de Adorno, la empatía es nuestra mejor arma en un mundo lleno de violencia competitiva, que toma la ley del más fuerte enmascarada detrás del que tiene más ceros a la derecha en su cuenta corriente.
    Actualmente estamos en una situación delicada que también puede frenar los mecanismos de chivo expiatorio que se producen en la sociedad. La capacidad de destrucción inmediata, asegurada y a niveles masivos hace que las dinámicas de violencia frenen ante el miedo de una destrucción mutua. El miedo nunca ha sido mejor aliada para la no lucha. El problema es que sabemos lo que ha pasado hasta hoy con ese tipo de armas, pero no podemos saber lo que ocurrirá mañana al respecto.

    Para finalizar este apartado me gustaría hablar de algo que me resulta particularmente muy curioso y que René Girard no se plantea directamente de forma clara. ¿Qué ocurre cuando la víctima propiciatoria se cree culpable del mal que acontece aun siendo realmente inocente? ¿Qué está ocurriendo? Esta situación se ve claramente expresada en la novela naval de Patrick O'Brian titulada “Master and Commander” y publicada en 1969. La víctima tiene el infortunio de que siempre que está haciendo guardia de noche, el barco es atacado misteriosamente por el enemigo causando grandes bajas en la tripulación. El problema estalla cuando la situación en la que se encuentra el barco es crítica, no hay viento desde varios días, las temperaturas son altas y el agua escasea. Los marineros necesitan un culpable, necesitan una explicación, y en este caso todo apunta a nuestra víctima. La presión social de todos los grumetes se hace notar, hasta el momento en el que la víctima propiciatoria se autoconvence de que realmente es el problema de que no corra el viento y acaba suicidándose. Esto es un claro ejemplo del Libro de Jonás, donde la tripulación tira por la borda a Jonás porque es el causante de su mal al ser perseguido por Dios por desobedecerle. En el caso de la novela, la tripulación no tiene las manos manchadas porque la violencia que ha ejercido no ha sido física sino psicológica. La víctima se contamina del ambiente, establece relaciones falsas y acaba pensando como los perseguidores. La víctima que se cree culpable es la perfección de la dinámica de chivo expiatorio; las representaciones culturales que constituyen los pilares fundamentales del estilo del grupo devoran a la victima. Este caso no se podría calificar de suicidio sino de autosacrificio, la violencia última del grupo ejercida sobre uno mismo
Las conclusiones: sobre el suicidio

    Hacer un análisis de lo que significa el suicidio en este ensayo es tocar las ideas principales que he intentado mostrar. El suicidio es la victoria del sinsentido, es la derrota de la vida. Camus dice que el suicidio es el problema filosófico por excelencia y con lo que se ha dicho aquí se pueden adscribir estas palabras. Si la filosofía es la reflexión sobre la muerte en último término, ¿qué habrá más filosófico que el intentar identificar los motivos por los que alguien no quiere esperar que le llegue la muerte? Yo tengo una respuesta sencilla a esta pregunta siguiendo con toda la argumentación de este ensayo. El sentido de la vida se apoya en lo sagrado. Sin la ayuda de un bastón fuerte al que agarrarte nos cuesta caminar. Si el suicidio es el sinsentido de la vida, es la negación de ésta, entonces ello equivale a decir que es la ausencia de componentes sagrados a los que agarrarse y seguir hacia delante. Todo lo sagrado ha desparecido, ya no quedan motivos para vivir. Así podríamos continuar diciendo que la vida es lo más sagrado y posiblemente lo único que realmente tenemos.


Bibliografía Citada

Juan A. Estrada, “El lenguaje sobre Dios”:Imágenes de Dios,Madrid,Trotta,2003
Juan A. Estrada, “El sentido y el sinsentido de la vida”, Madrid, Trotta, 2010
Pablo Ruiz Lozano, Antropología y religión en René Girard, Granada, Facultad de Teología, 2005.
Moya-Albiol, L., Herrero, N. y Bernal, M.C. “Bases neuronales de la empatía”. Revista de Neurología, 50 (2), 89-100, febrero de 2010.

Bibliografía Usada

René Girard, “El chivo expiatorio”, Barcelona, Anagama, 1986
L. Sáez Rueda, “Ser errático”, Madrid, Trotta. 2009
F. Mora, “El cerebro sentiente”: Arbor 162 (1999)
M. Eliade, Lo sagrado y lo profano, Madrid, Guadarrama, 1973
Juan Martín Velasco, “El misterio. La realidad determinante del ámbito de lo sagrado”: Introducción a la fenomenología de la religión, Madrid, Trotta, 2006
Juan A. Estrada, El sentido y el sinsentido de la vida, Madrid, Trotta, 2010
P. Ricoeur, Vivo hasta la muerte-Fragmentos, Buenos Aires
Juan A. Estrada, La imposible teodicea, Madrid, Trotta, 2003
J. Gómez Caffarena, El enigma y el misterio, Madrid, Trotta

No hay comentarios:

Publicar un comentario