viernes, 1 de marzo de 2013

Piel de Luto

Se pudo sentir como se partían uno a uno todos los huesos, algo muy similar a cuando crujimos nuestro dedos. Fue ese tipo de música macabra en el que todo el mundo rompe a carcajadas pero yo nunca he entiendo el sentido. Uno, desde la postura somnolienta que le persigue siempre que viaja en carromato, piensa que una rueda ha decidido acabar con ese sistema de desgaste -explotador sin duda- al que está sometida la goma, pero no. Ese pequeño salto del coche que acompaña a la música macabra, no era signo -no sé si por suerte o por desgracia- de que una vez más pasaría frío en una cuneta mientras volvías a cambiar una rueda a un coche ajeno, (nota biográfica: ya lo he hecho tres veces, con el añadido de que era el más preparado para ello aunque los coches no fueran míos y hubieran varios conductores -otra vez mi corpulencia me condena-. Que no fueran míos es cosa muy lógica por el dinero que tengo en la cuenta corriente y por la injustificación que supone al no disponer de carnet de conducir, cosa también clara porque no me puedo permitir un chofer y tampoco soy un cargo público del gobierno para disponer de coches oficiales por la patria, pero eso sí, al menos gozo de buena salud espiritual o al menos eso creo, y además, dispongo de un carnet para la biblioteca).

Parece ser, por lo que afirmaba el conductor y su copiloto, de que se había cometido un atropello; ese tipo de atropellos en la que no tienes la necesidad de rellenar un parte de accidente para el seguro y mucho menos llamar a los servicios de emergencia. Pero la emergencia radica en esa forma arteriarizar indiscriminadamente en pro de la Humandiad y el Progreso un mundo de fronteras con peajes. SIn mediar duda, era un zorro, un zorro pequeñito, -con toda seguridad para autojustificase la insignificancia del atropello. Desde luego, con esos huesos bien estrujados contra el asfalto, con su cola peluda y linda, que buena bufanda dejamos allí, pero no es una bufanda para lustrar el cuello con lustro, sino como Horca y símil a nuestro tiempo.

Ya lo dije en su día pero lo repito, ceguera por luz. Pues a la naturaleza, en la noche, ansia la luz. Los zorros se tiran a la carretera para poner algo de luz a su vida, una luz que la mata con las sonrisas de inevitabilidad que circula en el momento.


No fue algo sin más esa melodía xilofónica, es fiel reflejo de nuestros días y de nuestra condena. Corre zorro al cielo en donde te espera la silla eléctrica, y evita ser alfombra de esos monstruos a cuatro ruedas.

Esto es tu epitafio, mi disculpa y la demostración de que por muy pequeño que hayas sido para el mundo, has creado algo en él.

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