martes, 15 de octubre de 2013

Sobre lo insoportable de la contigencia

Mucho he pensado últimamente a eso que llamo divagación y que parece ser la piedra angular de este blog. Aunque es algo de carácter abierto, parece que podemos encontrar ciertos rasgos en común a eso que he calificado de divagación y que desde hace un tiempo caracteriza mi pensamiento, que es cada día más lejano a tener una pretensión de sistema. Sin duda muchos dirán que es mera palabrería, pero sí, lo es. Los criterios de corrección son tal excelsos como mi cuidada ortografía. Una divagación parace ser una pincelada de mis temores existenciales envueltos en literatura, filosofía y en ciertas ocasiones ironía. Es por así decirlo, un diario de mis ingenuidades existenciales. Puestos a ser ingenuos, y tras esta parrafada que parece más un calentamiento que algo serio, tengo que reconocer que no soporto la contingencia.  Si algo es contingente es así, igual que puede ser de otra manera, y como no es necesario, ¿por qué las cosas son así? Lo que no soporto de la contingencia es que pese a que no tiene carácter de necesidad, con esto me quiero alejar de todo determinismo y por tanto de toda esa ética de la impasibilidad,  las cosas ocurren, y en el momento en el que ocurren ya son, y como son una cosa y no la otra, y peor aún, cuando no quiero lo que es, pero en cambio es, y asumo que hay contingencia, parece que mi pensamiento tiene que proyectarse hacia un mundo de sentido que no es así, pero que a la vez es. Ese hecho contingente que va en contra de mi proyecto de sentido se ha convertido en una fuente continua de lamentaciones y por tanto de sufrimiento, porque las cosas son lo que son, pero pudieron ser de otra forma. 

Habrá que ser artista para danzar sobre el abismo. 

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