© Perttu Saska |
¿Cuándo se caerán las máscaras? El disfrute por ocultar
nuestro rostro se muestra como un camino que sólo deja relucir el brillo de los
ojos, porque por mucho que tratemos de ocultarnos, nuestra mirada está desnuda.
Decía Sartre hablando de la vergüenza
que uno se constituye desde la mirada del otro, ¿Pero a dónde miramos? ¿Todo es
un golpe de suerte? Quizás sean demasiadas preguntas para tan pocas máscaras,
pero mientras lo oculto se mantenga tras la porcelana no nos quedará más
remedio que mirarnos a los ojos para saber quién es quién. Y entre quiénes
caminamos con pasos dubitativos y entre tanta inseguridades humanizamos nuestro animal aniquilando las
dudas con más dudas, reinterpretando nuestra contingencia más allá de
Andrómeda y aplicando (¿cómo buenos cristianos?) nuestras debilidades a cómo
entendemos el mundo y a cómo este debe ser. Entre tanta tontería escrita uno se
pregunta qué sentido debe tener todo esto que se llama la humanización, que podría pensarse
en un perfeccionamiento eco-biotécnico
(así, como para resumir a Edgar Morin
en tres palabritas de nada) y entre tano perfeccionamiento y desarrollo
re-aplicamos nuestras debilidades a la genética. La filosofía de la historia debe ser la
filosofía de la estupidez; “nada es eterno, todo tiene su fin” dice la canción,
pero permítanme hablar de Cipolla y
pensar que la inconmensurabilidad de la estupidez es el factor determinante en
la transición de mono a hombretón. Entre tanto golpe de suerte voy a pensar que
esto de usar gafas tiene tanto mérito en el sentido cosmológico que la
organización molecular de mi corazón. Y ¿si fuera todo un error? –Qué pesimista
todo esto- pues siempre nos quedará el camino del error. Y entre tanto errores
nos empecinamos en hacer una gran sociedad, ¡una, grande y libre!, en la que todo
el mundo debe actuar como debe. Y en ese deber se nos va la vida, entre tanta
debilidad mental obligamos a humanizar las piedras, imponemos la
estupidhominización -normativa-conductual- (todo muy científico para darle rigor y
criterio de verdad) de los débiles sobre los agentes (sin remedio) morales. Ese
imperativo categórico a ser persona, esa necesidad de juzgar personas, esa
imposibilidad de no ser otra cosa que la medida de todas las cosas -¡bravo
Protágoras!- es nuestra decadencia, irracionalidad, estupidez, (llámalo como quieras ser contingente) como
especie (más contingente si cabe).
© Perttu Saska |
Y aunque todo esto parezca una divagación, que lo es, es la
reflexión sobre el trabajo Perttu Saska,
titulada A Kind of You (2013) y en las que nos muestra una colección de
fotografías de monos disfrazados (por no decir vestido) con ropas y cabezas de muñecas; además de enseñarle exquisitos
comportamientos humanos como pedir limosna o realizar trabajos manuales varios,
por cierto nota cultural, esto de enseñarle truquitos a los monos es algo muy tradicional en el lejano oriente. Las fotos son tétricas, pero más tétrica es
nuestra soledad frente a lo que somos (¿un golpe de suerte? –No será para
tanto.) No seremos algo muy diferente a esos monos, con sus máscaras, sus cadenas, sus trajes, y sus truquitos que le enseñaron hacer.
Puedes ponerte todas las máscaras que quieras, pero la mirada nunca será de porcelana.
© Perttu Saska |
FUENTE: http://www.perttusaksa.com/
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