miércoles, 17 de septiembre de 2014

Se acerca

Hay cosas que no significan para todos lo mismo, y esta es una de tantas. Me levanto y miro al cielo, hay nubes, hoy puede ser el día, o quizás no. Tengo la costumbre de luchar por las cosas que dependen de mi, pero en este caso, uno de tantos, es algo en las que mis medias verdades no tienen ningún efecto. Pasa el verano, día tras otro buscando la sombra y esperando las nubes. 

El polvo acompaña las siestas, el melón, el salmorejo, hasta la Vuelta; y en verano, eso es lo que seremos: polvo seco. Pero no es lo que soy por mucho que lo acabemos siendo. 

De pequeños placeres están llenos la vida, pero no sé quién fue el genio que clasificó el goce del placer por lo extraordinario del momento o por su poca probabilidad material (quizás sea yo el que me esté equivocando de nuevo). 

Últimamente tengo elevadas pretensiones y pienso entre otras cosas qué sensaciones son las que más me gustan de lo cotidiano, por ahora son dos. La primera es despertarme con la persona a la que quiero y darle un beso. La segunda no depende de mi y es el motivo por el que miro el cielo; ya con impaciencia. Durante el verano perdemos la costumbre de mirar las páginas web para ver si se puede tender las sábanas; el hombre del tiempo tiene que inventar chascarrillos para poder rellenar su espacio. Pero eso no es lo que me interesa. 

Caminas por la calle, el aire se humedece, vas en camiseta y pantalón corto, pero te sobra; el cielo se oscurece; y comienza... la primera lluvia después del verano. Nadie necesita paraguas, no quiero paraguas. La gente de secano -como yo- entiende qué significa eso. El olor a tierra mojada, el olor de que el verano termina y el otoño empieza. Con sus hojas crujientes, sus castañas asadas, y los campos que vuelven a nacer. Porque el olor a tierra mojada solo es comparable con el olor de los besos del amanecer. 

Llega la lluvia, el olor a tierra mojada, llega un nuevo año. 

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