Ser diferente no es
contraproducente, dije ya hace un tiempo. Hoy lo puedo asegurar con
cierto recelo. La diferencia no se vende en píldoras, no se
compra en farmacias y muchos menos necesita de un prospecto que nos
avise de su contraindicaciones. Nos movemos en un plano entre lo
semejante y lo desigual, trente la unión y la desunión. La
diferencia es necesaria, al igual que la semejanza; sin semejanza no
hay diferencia y sin diferencia, adaptación, evolución, ¡vida!. La
diferencia es lo que vende, lo que nos hace sentir auténticos, pero
no hay que caer en el esnobismo de intentar ser diferente a
toda costa, y que lo común tiene bien merecido su desprecio.
Lo semejante nos ayuda a
sobrevivir, la diferencia nos ayuda a existir. Desde Darwin, todo
estudio de la naturaleza (la materia orgánica, LA VIDA) juega con
este abanico, entre la semejanza y la individualidad. Somos
especiales, somos únicos, somos diferentes, somos notas de música
que retumba en cada pared, en cada melodía discordante de la vida.
La soledad nos ayuda a recapacitar. La comunión con el otro es un
alivio, una comprensión de las causas primeras, las mimas causas de
las que divagamos constantemente pero que se nos escapan, el agua no
se puede coger con las manos, pero fluye a través de ellas.
Ser diferente nos anima
a caminar hacia donde nadie llegó. Ser diferente no es
contraproducente. Ser diferente produce nuevos mundos, crea
nuevas ideas. Ser diferentes nos hace ser lo que somos, pero no somos
más de lo que nos diferencia. Ser y no ser, diferenciarse o no
diferenciarse, esa es la cuestión y esa es la vida. Si me pregunta:
¿Por qué eres tan diferente a los demás? Mi respuesta es
simple: “Por que existo y espero que dure mucho tiempo”.
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