lunes, 17 de junio de 2013

Die Stimme.


DIE STIMME
-¡Maravilloso! -dijo una figura extraña desde el otro lado de la habitación mientras aplaudía.
-¡Cuánto talento desperdiciado! -se llevó el cigarrillo a la boca- Un lugar muy solitario para unas manos tan hábiles ¿no crees? -sonrió.
Sonja Milde se quedó paralizada junto al piano. ¿Quién era ese tipo? ¿Cómo había entrado en el Club si a esas horas de la noche estaba cerrado con llave? El extraño se acercaba lentamente entre las mesas. El corazón de Sonja se aceleraba, no estaba acostumbrada a visitas extrañas.
-En Estados Unidos la habrían tratado bien, pero no, usted tuvo que elegir esconderse en la otra punta del mundo. Una lástima lo de su cara ¿verdad? -la cara deforme de Sonja se giró bruscamente hacia el hombre dejando ver su hermosa mirada. El extraño tiró su cigarrillo al suelo y lo pisó. Estaba ya cerca del escenario. Agarró una silla y la arrimó, luego se quitó la gabardina y la colocó con suma elegancia en el asiento, dejando al descubierto su revólver.
-Dígame… en todo este tiempo he estado buscándola, hay una sola cosa que aún no he entendido. ¿Quién le hizo eso en la cara? Es obvio que ni los franceses ni los ingleses lo hicieron, la habrían humillado en público antes de encerrarla de por vida. ¿Los comunistas? Seguro que no, esa panda de salvajes le habrían metido una bala por la boca después de violarla -una cara de asco apareció en el rostro del extraño. Había algo en aquella voz que perturbaba de sobre manera a Sonja. Tragó saliva. Sabía que aquella noche algo malo iba a pasar.
- Los americanos seguro que tampoco -continuó el extraño-. La habrían encerrado en el primer avión con destino a Nueva York para exhibirla como la mayor pieza de coleccionista que un viejo gordo y bravucón pudiera tener. ¡La mujer que conquistó todo un país y el corazón del Führer! -la figura misteriosa soltó una carcajada ruidosa -¡Imbéciles! -gritó el hombre. Sus dientes bien perfilados marcaban la ira que sentía. Sonja se sobresaltó, las manos le temblaban. Estaba cerca del colapso. Una lágrima le bajó por las cicatrices de la mejilla. Cómo sabría ese hombre todo aquello, se preguntaba.
-¿Fueron tus amigos de la SS los que le hicieron eso? ¿Los que tanto te admiraban y suspiraban por una sonrisa tuya? ¿No soportaban que la mujer del Tercer Reich que podía encandilar con su suave voz, sus ligeras manos al piano y su figura, que quitaba el aliento a media Europa, se fuera de la guerra sin sufrir la humillación que ellos estaban sufriendo trinchera tras trinchera? -el extraño apretó los labios con fuerza- ¡Yo te amaba! ¡Dímelo antes de que te mate, zorra! ¿Quién te hizo eso? -desenfundó su pistola con dureza y apuntó fijamente a la cara desfigurada de la mujer.
Sonja Milde comenzó a presionar las teclas. Es lo que siempre había hecho cuando se sentía como la hija del mal. Por qué ella, se había preguntado durante toda su vida. La melodía de ritmo lento y sonido triste inundó la sala donde se había estado escondiendo de un pasado que nunca había querido desenterrar. Sonja miró al desconocido. A pesar de las deformidades, los ojos de Sonja brillaban como los de una estrella de ópera que lo tuvo todo pero de lo que ya no quedaba nada.
- Fui yo misma -la voz dulce de Sonja fue acompañada por una media sonrisa. La música sonaba acorde con aquellas palabras que se asemejaban a las confesiones de un fantasma angustiado con su pasado-. Era la única forma de escapar de ese infierno que nadie se merecía. Mi cara simplemente es un reflejo de los ideales que inspiré -la melodía continuaba sutil en el aire, de la misma forma que la vida aparece escondida en una promesa de felicidad eterna, que arranca desde la amargura y se entierra sin más sentido en un baúl de promesas olvidadas.
Las alargadas manos se pararon, las gotas de sangre tocaron las teclas. Una sonrisa, un alivio. Silencio… Un silencio con demasiada armonía para una sola bala.

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