DIE
STIMME
-¡Maravilloso!
-dijo una figura extraña desde el otro lado de la habitación
mientras aplaudía.
-¡Cuánto
talento desperdiciado! -se llevó el cigarrillo a la boca- Un lugar
muy solitario para unas manos tan hábiles ¿no crees? -sonrió.
Sonja
Milde se quedó paralizada junto al piano. ¿Quién era ese tipo?
¿Cómo había entrado en el Club si a esas horas de la noche estaba
cerrado con llave? El extraño se acercaba lentamente entre las
mesas. El corazón de Sonja se aceleraba, no estaba acostumbrada a
visitas extrañas.
-En
Estados Unidos la habrían tratado bien, pero no, usted tuvo que elegir
esconderse en la otra punta del mundo. Una lástima lo de su cara
¿verdad? -la cara deforme de Sonja se giró bruscamente hacia el
hombre dejando ver su hermosa mirada. El extraño tiró su cigarrillo
al suelo y lo pisó. Estaba ya cerca del escenario. Agarró una silla
y la arrimó, luego se quitó la gabardina y la colocó con suma
elegancia en el asiento, dejando al descubierto su revólver.
-Dígame…
en todo este tiempo he estado buscándola, hay una sola cosa que aún
no he entendido. ¿Quién le hizo eso en la cara? Es obvio que ni los
franceses ni los ingleses lo hicieron, la habrían humillado en
público antes de encerrarla de por vida. ¿Los comunistas? Seguro
que no, esa panda de salvajes le habrían metido una bala por la boca
después de violarla -una cara de asco apareció en el rostro del
extraño. Había algo en aquella voz que perturbaba de sobre manera a
Sonja. Tragó saliva. Sabía que aquella noche algo malo iba a pasar.
-
Los americanos seguro que tampoco -continuó el extraño-. La habrían
encerrado en el primer avión con destino a Nueva York para exhibirla
como la mayor pieza de coleccionista que un viejo gordo y bravucón
pudiera tener. ¡La mujer que conquistó todo un país y el corazón
del Führer! -la figura misteriosa soltó una carcajada ruidosa
-¡Imbéciles! -gritó el hombre. Sus dientes bien perfilados
marcaban la ira que sentía. Sonja se sobresaltó, las manos le
temblaban. Estaba cerca del colapso. Una lágrima le bajó por las
cicatrices de la mejilla. Cómo sabría ese hombre todo aquello, se
preguntaba.
-¿Fueron
tus amigos de la SS los que le hicieron eso? ¿Los que tanto te
admiraban y suspiraban por una sonrisa tuya? ¿No soportaban que la
mujer del Tercer Reich que podía encandilar con su suave voz, sus
ligeras manos al piano y su figura, que quitaba el aliento a media
Europa, se fuera de la guerra sin sufrir la humillación que ellos
estaban sufriendo trinchera tras trinchera? -el extraño apretó los
labios con fuerza- ¡Yo te amaba! ¡Dímelo antes de que te mate,
zorra! ¿Quién te hizo eso? -desenfundó su pistola con dureza y
apuntó fijamente a la cara desfigurada de la mujer.
Sonja
Milde comenzó a presionar las teclas. Es lo que siempre había hecho
cuando se sentía como la hija del mal. Por qué ella, se había
preguntado durante toda su vida. La melodía de ritmo lento y sonido
triste inundó la sala donde se había estado escondiendo de un
pasado que nunca había querido desenterrar. Sonja miró al
desconocido. A pesar de las deformidades, los ojos de Sonja brillaban
como los de una estrella de ópera que lo tuvo todo pero de lo que ya
no quedaba nada.
-
Fui yo misma -la voz dulce de Sonja fue acompañada por una media
sonrisa. La música sonaba acorde con aquellas palabras que se
asemejaban a las confesiones de un fantasma angustiado con su
pasado-. Era la única forma de escapar de ese infierno que nadie se
merecía. Mi cara simplemente es un reflejo de los ideales que
inspiré -la melodía continuaba sutil en el aire, de la misma forma
que la vida aparece escondida en una promesa de felicidad eterna, que
arranca desde la amargura y se entierra sin más sentido en un baúl
de promesas olvidadas.
Las alargadas manos se
pararon, las gotas de sangre tocaron las teclas. Una sonrisa, un
alivio. Silencio… Un silencio con demasiada armonía para una sola
bala.
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