Oración del Ateo, por Miguel de Unamuno
Oye
mi ruego Tú, Dios que no existes,
y
en tu nada recoges estas mis quejas,
sin
consuelo de engaño. No resistes
a
nuestro ruego y nuestro anhelo vistes.
Cuando
Tú de mi mente más te alejas,
más
recuerdo las plácidas consejas
con
que mi ama endulzóme noches tristes.
¡Qué
grande eres, mi Dios! Eres tan grande
que
no eres sino Idea; es muy angosta
la
realidad por mucho que se expande
para
abarcarte. Sufro yo a tu costa,
Dios
no existente, pues si Tú existieras
existiría
yo también de veras.
Salamanca,
26 de septiembre de 191
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